LA
MANO MANCHADA
La noche del velatorio la gente charlaba
animadamente,
comía y hasta contaba chistes con cierto
tono
subido. Y como era menester, de tanto en
tanto, alguno
se acercaba al ataúd aún abierto para
contemplar por
última vez a Julita y echar unos
lagrimones. En un velatorio
las lágrimas no pueden faltar.
Emilio servía bocaditos y algún licor de
moda en esa sociedad andina,
pero no dejaba de mirar a la muerta. Más
bien, no perdía
de vista su mano enjoyada, aquella con la
mancha.
Y la idea iba tomando cuerpo en su mente.
Después de todo,
al menos esos anillos se los merecía, es
más, le correspondían.
Tenía solo que esperar el momento
oportuno, ¿pero cuándo?
La fortuna pareció sonreírle pasados unos
minutos,
deparándole el momento
esperado…
Este es el relato que cierra mi libro… Una
particular herencia con sorpresa de ultratumba…
Podrá Emilio, el fiel mayordomo reivindicar su
herencia?
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